El amor verdadero no se negocia, pero cuando operamos desde un lugar de falta de amor propio, solemos creer que debemos entregar algo a cambio de ser amadas.
A menudo decimos que el amor no se puede comprar, o lo damos o no. Y realmente creo que es verdad.
El amor (hablo del verdadero amor, no de su impostor, el apego emocional), emana desde el corazón hacia el ser querido como una fuerza imparable y poderosa que no requiere negociación, transacción, y ciertamente no lleva etiqueta de precio.
Pero si bien el amor no se puede comprar, ¿qué pasa con sus parientes cercanos? Esas otras cosas que a menudo confundimos con amor.
Hablo de la atención, el afecto, la intimidad, alguien que te esté ahí cuando tu mundo se cae y sientes que la soledad lo devorará todo.
Si miro hacia atrás en mi vida, puedo ver muchas ocasiones en las que he ‘negociado’ cosas a cambio de lo que pensé era amor.
Como cuando era una niña, por ejemplo, y quería desesperadamente impresionar a mi padre con mis logros académicos. Me esforzaba en las materias que él más valoraba (como el inglés), y de esa manera, podía correr hacia él al final del semestre y mostrarle mis calificaciones “perfectas”. Entonces él podía estar orgulloso de mí, podía prestarme atención lugar de ‘estar demasiado ocupado’. Porque las calificaciones perfectas significaban que yo era perfecta, al menos por un par de horas.
O como cuando en la escuela secundaria me sentía desgraciada y sola por ser víctima de “bullying” y decidí hacerme amiga de quienes me maltrataban para conseguir un poco de paz y sentirme aceptada. Odiaba pasar tiempo con esas personas, me hacía sentir como un farsante, pero seguí siendo parte de ese grupo hasta que logré cambiar de escuela después suplicarle a mis padres durante meses. Una vez más, recurrí a una transacción, cambié mi dignidad por un sentido temporal de pertenencia.
Cuando crecí, ya en como adulta, la intimidad se convirtió en mi moneda de cambio a elección. Recuerdo mudarme a un país extranjero a los 19 años, lejos de mi familia y con poco o nada de apoyo económico y emocional. Anhelaba el cariño, el contacto humano, alguien que me hiciera sentir que no estaba tan desesperadamente sola. Así que usé la única herramienta que pensé que tenía, mi cuerpo. Después de todo, “cualquiera” era mejor que nadie, especialmente para alguien que pensaba que valía sólo por lo que podía entregar.
Estos son algunos ejemplos, puedo pensar en muchos más.
Al reflexionar sobre esto, siento una profunda tristeza. ¿Por qué me hice esto a mí misma? ¿Por qué sentí que intercambiar algo como buenas calificaciones, amistad, tiempo, intimidad, mi propia dignidad, era la única opción para conseguir que alguien me amara o me aceptara?
La respuesta es clara: es porque nunca consideré que alguien pudiera amarme sólo por ser yo. Siempre tenía que dar algo a cambio, de lo contrario, ¿por qué le importaría lo suficiente a alguien?
Ahora, a finales de mis treinta, finalmente estoy aprendiendo, y no sin desafíos, a dejar ir ese viejo concepto.
Finalmente siento que merezco ser amada por ser quien soy: un ser humano perfectamente imperfecto. Una mujer que se esfuerza obstinadamente a amarse a sí misma de la manera en que siempre debería haber sido amada, sin condiciones.
Pregúntate: ¿qué entregas a cambio de amor?, ¿cuál es tu moneda, tu forma personal de trueque?
En esa respuesta puede que encuentres la pieza que falta del rompecabezas, la respuesta a por qué caíste o todavía te apegas a relaciones no sanas.
Reflexiona, sé paciente y compasiva contigo misma. Algunas de nosotras hemos hecho y perdido mucho en nuestra afán de sentirnos dignas de amor.
Por último, quiero que sepas esto: no importa lo que sientas por ti misma hoy, no importa lo que hayas hecho o perdido, cada uno de nosotros nació completamente digno de amor.
Es cuestión de trabajar en uno para recordar y pelar las capas del ego, dejando que la luz brille sobre nuestras sombras para mostrarnos el tesoro escondido, ese lugar, en lo más profundo de nuestros corazones donde podemos, finalmente, sentirnos amados, dignos y enteros.