Aquellos que crecimos con necesidades emocionales no cubiertas interpretamos que la raíz del problema residía con nosotros. Esta creencia nos dió una sensación de control en un mundo caótico y confuso. Creó la falsa esperanza de que de alguna manera podríamos cambiar la situación.

Los niños necesitan tener un sentido de control, sobre todo cuando su entorno no se siente seguro a causa de dinámicas familiares amenazadoras (rechazo, abandono, maltrato, falta de atención) o cuando sus necesidades emocionales no están siendo satisfechas de manera adecuada.

¿Qué significa cubrir las necesidades emocionales de los niños? (basado en la teoría del apego):

  1. Que los padres sientan una conexión emocional con el niño.
  2. Que los padres presten atención al niño y lo vean como una persona única y separada, en lugar de, por ejemplo, una extensión de sí mismos, una posesión o una carga.
  3. Usando esa conexión emocional y prestando atención, que los padres respondan competentemente a las necesidades emocionales del niño (por ejemplo, empatizando, protegiendo y conteniendo, pero también poniendo límites sanos cuando es necesario).

Ante la falta de seguridad y/o la respuesta emocional inadecuada, los niños muchas veces asumen erróneamente que la respuesta negativa de los padres hacia sus necesidades emocionales debe ser su culpa. Este es un mecanismo de defensa clave que tiene como objetivo la supervivencia ya que, a diferencia de otras especies, los niños humanos son 100% dependientes y vulnerables.

En este estado de dependencia absoluta, la creencia de que hay algo malo con nuestros padres amenaza nuestra propia existencia, por lo tanto, en lugar de externalizar nuestros sentimientos, llevamos el dolor, la decepción, el enojo y el miedo hacia adentro. El niño racionaliza: “si yo soy el problema, entonces tengo una posibilidad de controlar mi entorno”.

En este intento de controlar lo incontrolable, internalizamos nuestros sentimientos y los volvemos hacia nosotros, desarrollamos creencias de defectuosidad y carencia (por ejemplo, “si fuera una niña más obediente / inteligente / bella / servicial entonces mamá no estaría siempre triste y distante o papá no se enojaría tanto cuando cometo un error”).

Así es como se crea el mensaje de “no soy suficiente “. Esta es la razón por la que estan difícil de cambiar. Está grabado en nuestro cerebro como una forma de protegernos de nuestra realidad, es una herramienta de control sobre nuestra herida más profunda: una infancia donde los adultos no pudieron o no supieron cubrir nuestras necesidades emocionales básicas (típicamente porque las suyas tampoco fueron cubiertas).

Esta necesidad de control, que persiste en la vida adulta, es también una de las principales razones por las cuales entramos y sostenemos relaciones o apegos emocionales tóxicos.

En nuestras relaciones adultas este deseo de control se manifiesta en la necesidad de cambiar el comportamiento o la personalidad del otro, en el deseo inconsciente de rescatar, de ayudar aun cuando el otro puede valerse por sí mismo, en focalizarse empecinadamente en el potencial de alguien en lugar de acatar las señales de alarma, en sacrificar nuestra dignidad, nuestra salud y nuestro bienestar por el otro.

Esto se debe a que nuestro niño interior herido, quien se aferra fervientemente a la narrativa de “no soy suficiente” dirige descontroladamente el timón de nuestras vidas desde un espacio de miedo, desamor y carencia.

Por lo tanto, uno de los pasos fundamentales hacia el desapego y la sanación emocional consiste en reconocer que ya no somos ese pequeño desvalido, y al mismo tiempo, haciéndole lugar al adulto que hoy somos. Un adulto fuerte, sabio y amoroso, alguien que no puede borrar la historia ni reescribirla, pero puede darle a esa parte herida todo el amor, la comprensión y la seguridad que viene clamando desesperadamente hace tanto tiempo.